¡Hola de nuevo!
Disculpad el largo tiempo que he estado sin publicar entradas, me he encontrado muy ocupado debido a los exámenes y demás.
Me complace comunicaros que he quedado en segunda posición en un concurso de literatura, con un relato llamado "el último suspiro". No es gran cosa pero os lo dejo aquí, por si queréis echarle un vistazo.
No tengo nada más importante que deciros, hasta luego y permaneced atentos a mis nuevas publicaciones.
EL ÚLTIMO
SUSPIRO
Bum. El primer soldado fusilado cayó al suelo entre violentos
espasmos. La sangre salpicó violentamente la sucia pared del paredón. Llovía
suavemente, las gotas diluían aquel terrible paisaje en tonos grises y
abandonados. Un puñado de soldados con la ropa hecha jirones y el rostro sucio,
se encontraban situados en fila, esperando a que los mataran. Sus caras
conformaban un cuadro difícil de plasmar. Algunos, todavía reflejaban odio en
su rostro. En otros, un gesto de impotencia suplicante. Unos pocos, parecían no
tener conciencia de la situación. Dos o tres permanecían sosegados, esperando a
una muerte digna de héroes. Y uno, un muchacho de ojos verdes, hermosos
vestigios de una mezcla de inocencia de niño y madurez de adulto, permanecía sonriente.
En una desgastada solapa, cosida a su chaqueta militar, alguien había tejido
con cariño el siguiente nombre: Daniel.
Los disparos
se sucedían a un ritmo cadente y tedioso.
Bum.
El segundo guerrillero cayó fusilado, como un reflejo inútil de la gran miseria
del hombre.
Bum.
Este ya era el tercero en caer. El número tres, pensaba aquel joven, llamado Daniel. Tres eran los
años que había durado esa miserable guerra. Esa guerra civil en la que se
habían derrumbado los más profundos cimientos morales españoles. Esa larga
batalla en la que se había derramado sangre inocente por doquier. Donde los hermanos
habían luchado entre sí. Y donde la ferviente guadaña de las ideologías había
arrasado España por completo. Esa guerra en la que él, pensaba Daniel, se había
visto arrastrado sin poder evitarlo. Esa guerra que habían perdido.
Bum.
El cuarto, la fila se iba reduciendo. Había sido muy dura la derrota, Daniel
recordaba con horror el sitio de Madrid, las últimas horas en libertad antes de
la rendición total. Resonó en su cabeza ese juicio, que se celebraba solo para
dar carácter oficial al asunto, en el que les condenaron a morir por traición
al estado.
Bum.
Bum. Bum. El fusil sonaba amenazador. La hora se le acercaba. No tenía miedo.
Pero sentía una gran impotencia ante esa injusticia atroz. Los vencedores no se
habían contentado con vencer, no, como en toda guerra, los ganadores se ensañaron
con los vencidos.
Bum.
El octavo tiro. Recordó con cariño cuando tenía ocho años y había hecho su
primera comunión. Fue un día solemne. Quizá de lo mejor que le había sucedido
en esos 20 años de vida.
Bum.
Los muertos le rodeaban. Ya pronto le tocaría a él. La lluvia seguía cayendo
monótona, recordándole esas ventiscas en su pequeño pueblo. También rememoró
nostálgico aquellos atardeceres de luz en su pequeña aldea. La sierra se
recortaba contra un sol caprichoso y turquesa, cientos de pensamientos y
alegrías, años y siglos se reflejaban en ese instante mágico y misterioso.
Bum.
Daniel de nuevo se trasladó a su pueblo tres años atrás. Un aire guerrero
envenenó el ambiente rural cuando comenzó la guerra. Los republicanos se
adueñaron de la región. Y cuando llegaron a su aldea, quemaron la iglesia y
reclutaron todos los jóvenes que hubiera disponibles para luchar. Él tuvo que
irse. Recordó la despedida, fue la primera vez que vio a su padre llorar.
Bum.
Bum. El nerviosismo empezaba a adueñarse de David lenta e inexorablemente.
Pensó en cómo intentó no matar a nadie en las innumerables batallas que sostuvo
junto sus compañeros, acorde con esos pensamientos liberales en los que se
había basado su educación. Pensó en aquellas terribles noches de trincheras
repletas de pesadillas. Y en las numerosas peleas y muertes entre miembros del
mismo bando que él presenciaba.
Bum.
El siguiente era el último soldado, luego iría él. No pudo evitar dirigir un
último pensamiento a sus padres. Su madre, con una sonrisa fresca y joven, una
risa contagiosa. Y a su padre, serio en justa medida, el atento profesor que le
enseñó a vivir la vida hasta el último momento con alegría. Y pensó en el lugar
al que se dirigía, sin duda a un sitio mejor.
Bum.
Era su turno. Miró a los ojos del verdugo, en ellos se podía advertir un
resquicio de duda camuflada tras la seguridad. Sin duda, le había impresionado
la serenidad del muchacho. El condenado a muerte inspiró por última vez en su
vida el aroma que reinaba en el aire, olía a sangre y a otoño. El dedo del
pistolero temblaba. Daniel sonrió y con un suspiro le dijo:
-Acaba
ya.
Bum.
Un disparo seco resonó en el lluvioso aire. Daniel se derrumbó y cayó al suelo.
La muerte fue rápida e instantánea.
El verdugo miró desconsoladamente el cadáver ¡Qué
fácil es quitarle a alguien la vida!, pensó, ¡Pero qué difícil es borrar una
sonrisa!
FIN