Ed: SM Gran Angular. Resumen: Rudolf es un chico normal y corriente del siglo XX. Un día, Rudolf acude al laboratorio de unos científicos amigos de su padre que han inventado una máquina que es capaz de viajar en el tiempo. El chico, envuelto en ese afán de aventuras propio de la adolescencia se ofrece voluntario para viajar a la Edad media de 1212. Los científicos aceptan, aunque conocedores del riesgo adoptan una serie de precauciones necesarias. No servirán de nada. El destino es caprichoso y no hace distinciones con nadie. Por eso, debido a un error de cálculo, el muchacho se encuentra en un lugar equivocado y en una fecha errónea. Y arrastrado por su deber se ve envuelto en una cruzada de niños clasificada como locura en nuestro tiempo y misión sagrada en aquel. Al final, Rudolf y sus leales compañeros solo podrán vencer a la maldad ayudándose y apoyándose unos a otros en los momentos más difíciles...
De este libro se podrían decir miles de cosas. Yo solo voy a comentar algunas de ellas. El objetivo claro de la autora a lo largo de las páginas es reflejar mediante un lenguaje sencillo de comprender las claras diferencias entre épocas. Es una crítica muy buena de la sociedad actual. Un recordatorio de que aunque ha habido avances en lo material se ha producido un gran retroceso en muchas cosas. Antes la felicidad estaba en Dios, ahora está en tener dinero, bienes materiales, lujos etc... Ya apenas existen esas lejanas cosas ¿cómo se llamaban? Ah sí, generosidad, lealtad, compañerismo. Nos queda poco tiempo para reconstruirlo quizá ya sea demasiado tarde.
jueves, 24 de enero de 2013
domingo, 20 de enero de 2013
el primer capítulo
Os pongo aquí el primer capítulo de un libro que estoy escribiendo actualmente. Espero que disfrutéis.
LO GRIS DE LA VIDA
LO GRIS DE LA VIDA
1
CAPÍTULO
Llovía.
Las espesas gotas de agua caían sobre la cara de David mezclándose con las
lágrimas de su cara. Odio, desesperación, tristeza y sobre todo muerte. Era lo
que se respiraba en ese maldito cementerio. Todo allí era gris, un gris
asqueroso y desolador. Miró la tumba reciente, era imposible, impensable, que
una llamada telefónica hubiera cambiado toda su vida. Lo que hacía apenas unas
horas era la vida normal de un chico de catorce años se había esfumado. Ahora
solo quedaba la negrura de un agujero sin salida, sin fondo. Odiaba todo: a su
madre, a sus hermanas, a sus amigos y sobre todo a Dios que era el culpable de
todo esto.
Trataba de borrar de su cabeza las imágenes de
las últimas horas de aquel nefasto día, pero era inútil, imposible. Seguiría
recordando toda su puñetera vida el grito desgarrador de su madre seguido de
esos sollozos que desgarraban el alma. Seguiría recordando durante toda su
puñetera vida los lloros de sus hermanos y tíos pero sobre todo, seguiría
recordando toda su puñetera vida la mirada inerte de su padre, la mirada fría y
perdida de un muerto. Un muerto que había sido su compañero de juegos en la
infancia, un muerto que le había acompañado tanto en sus derrotas como en sus
victorias a lo largo de su niñez, un muerto que era el único que le comprendía
en aquellos largos ataques de adolescencia, un muerto que había sido y era su
mejor amigo…
De
pronto, David se sintió solo por primera vez en su vida. Era una soledad
infinita que lo ocupaba todo y no dejaba entrar ningún otro sentimiento y que
un abrazo de su padre hubiera curado rápidamente. Pero él ya no estaba allí y
sintió de golpe que estaba mojado, y sintió de golpe que hacía frío y que tenía
hambre. Cayó en el barro derrumbado, destrozado, sin ganas de vivir. El
agotamiento mental de las últimas horas pudo con él, el ala negra del sueño se
abatió sobre David.
Se
sumió en un sueño pesado y profundo. La negrura se esfumó de golpe al igual que
la tristeza. Estaba en un prado que le recordaba vagamente a uno a las afueras
de su pueblo donde solía dar con su padre numerosos paseos en verano. Pero
había algo diferente, algo había cambiado; el prado estaba sembrado por
numerosas amapolas que se mecían en una silenciosa danza movidas por el viento.
Hacía sol, pero era un sol diferente, era un sol que calentaba por dentro y te
hacía sentir felicidad, una felicidad que superaba todas las barreras. David
nunca se había sentido mejor. Se sentía limpio y brillante tanto por dentro
como por fuera y algo le decía que en ese mundo no cabía la tristeza, no había
gris, ni había negro, no había odio ni había miedo.
Al
fondo del prado se distinguía una figura, se perfilaba alta y esbelta contra el
sol y en su cara se podía distinguir una sonrisa, era clara e iluminaba su
rostro, y su mirada. Su mirada era diferente al resto de las personas, esos
ojos marrones que te atravesaban y que te reconfortaban. Era su padre.
Corrió
y corrió. Cada paso que daba le acercaba más a su progenitor. La distancia se
iba acortando, cada vez faltaba menos. Cinco pasos, cuatro… tres… dos
Repentinamente
todo se sumió en la oscuridad. David se sintió propulsado por un agujero negro
sin fondo, en un torbellino.
David
estaba de nuevo tumbado en el barro. Estaba sucio, empapado de los pies a la
cabeza. En su alma se mezclaban la rabia y la impotencia. Había estado tan
cerca, a punto de abrazarle aunque solo fuera en sueños.
No pudo más, toda la rabia acumulada fue
subiendo por su garganta en ebullición creciente y estalló. Gritó, gritó y
gritó hasta que no pudo más, jadeando. Recuperó el aliento y gritó otra vez, gritó para que alguien lo
oyera. Gritó para que alguien le dijera algo diferente a esos frívolos y vacíos
“lo siento”. Gritó para no sentir esa soledad pegajosa y creciente, gritó hasta
el más no poder. Sin voz, sin alma y sin nadie que le acompañara en ese
sufrimiento inhumano David se tiró al barro, eso era lo que se sentía, barro
asqueroso y gris.
Repentinamente
una suave voz pronunció su nombre a su espalda.
-David,
David.
Era
la voz de su madre. Odiaba esa voz, esa voz empalagosa y que pretendía ser
dulce, pero no lo era. David siempre había confiado más en su padre que en su
madre. Ella se enfadaba con facilidad y en los últimos meses se le había ido
cayendo el mundo encima. La miró con rabia. Ella tenía el rostro sucio por las
lágrimas y en su cara se podía distinguir una expresión de miedo que ella se
esforzaba por disimular.
- Te entiendo, David- dijo su madre.
Las
palabras cayeron como losas sobre David. Otra vez su rabia iba en aumento.
-Tú
no me entiendes - gritó David-. Nadie me entiende, el único que me entendía era
papá pero ahora… ahora está muerto.
David
se alejó de ella corriendo hasta la salida. No, nadie le entendía.
Su
madre le vio alejarse de ella bajo la cortina de lluvia. No comprendía a David.
En esas últimas horas ni a nadie, ni a nada. Estaba desconcertada y tenía
miedo. Gritó a su hijo:
- ¡Te llevo en el coche¡
- No- respondió él en la lejanía- voy
andando.
martes, 15 de enero de 2013
La isla de la televisión. César Fernández García
Editorial Palabra. A partir de 12 años.
Joaquín es un joven de 15 años, cuando le seleccionan para un concurso de la Cadena, el único y todopoderoso canal nacional, no se lo termina de creer. Al llegar a la isla donde se celebra el concurso, Joaquín supera con éxito sus primeras pruebas al igual que otros tres concursantes de su misma edad: María apodada "científica", Paulina apodada "cantante" y Luis apodado "futbolista". Los cuatro personajes se irán dando cuenta de la crueldad y la falsedad con la que maneja la Cadena sus programas y tendrán que enfrentarse tanto a rencillas internas como al poder de la cadena. Al final, sin embargo, el compañerismo y la amistad están por encima de todo.
Este libro es otro recordatorio de hacia dónde camina el mundo hoy en día, otra de las ya muchas voces que claman en el desierto. Con una prosa amena y que te engancha desde el primer momento, el autor pretende resaltar en todo momento a lo largo del libro una verdad como una casa, la importancia que le damos hoy en día a la tele, al ordenador, al móvil etc. Quizá deberíamos reaccionar ya antes de que sea demasiado tarde.
Joaquín es un joven de 15 años, cuando le seleccionan para un concurso de la Cadena, el único y todopoderoso canal nacional, no se lo termina de creer. Al llegar a la isla donde se celebra el concurso, Joaquín supera con éxito sus primeras pruebas al igual que otros tres concursantes de su misma edad: María apodada "científica", Paulina apodada "cantante" y Luis apodado "futbolista". Los cuatro personajes se irán dando cuenta de la crueldad y la falsedad con la que maneja la Cadena sus programas y tendrán que enfrentarse tanto a rencillas internas como al poder de la cadena. Al final, sin embargo, el compañerismo y la amistad están por encima de todo.
Este libro es otro recordatorio de hacia dónde camina el mundo hoy en día, otra de las ya muchas voces que claman en el desierto. Con una prosa amena y que te engancha desde el primer momento, el autor pretende resaltar en todo momento a lo largo del libro una verdad como una casa, la importancia que le damos hoy en día a la tele, al ordenador, al móvil etc. Quizá deberíamos reaccionar ya antes de que sea demasiado tarde.
lunes, 14 de enero de 2013
Mi primera entrada
Soy Julio Romano, tengo trece años, y no soy, ni mucho menos, un gran autor de libros juveniles, ni tampoco un afamado crítico con gran experiencia, pero me gusta leer, me gusta mucho leer. Creo que con eso basta, aunque siempre habrá de los que critican.
En este blog espero que salga una entrada por cada libro que merezca la pena leer, a pesar de que son muchos. Se intentará y que salga lo que salgá. En fin, ¡allá vamos¡
En este blog espero que salga una entrada por cada libro que merezca la pena leer, a pesar de que son muchos. Se intentará y que salga lo que salgá. En fin, ¡allá vamos¡
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