domingo, 20 de enero de 2013

el primer capítulo

Os pongo aquí el primer capítulo de un libro que estoy escribiendo actualmente. Espero que disfrutéis.

LO GRIS DE LA VIDA
1 CAPÍTULO

Llovía. Las espesas gotas de agua caían sobre la cara de David mezclándose con las lágrimas de su cara. Odio, desesperación, tristeza y sobre todo muerte. Era lo que se respiraba en ese maldito cementerio. Todo allí era gris, un gris asqueroso y desolador. Miró la tumba reciente, era imposible, impensable, que una llamada telefónica hubiera cambiado toda su vida. Lo que hacía apenas unas horas era la vida normal de un chico de catorce años se había esfumado. Ahora solo quedaba la negrura de un agujero sin salida, sin fondo. Odiaba todo: a su madre, a sus hermanas, a sus amigos y sobre todo a Dios que era el culpable de todo esto.

 Trataba de borrar de su cabeza las imágenes de las últimas horas de aquel nefasto día, pero era inútil, imposible. Seguiría recordando toda su puñetera vida el grito desgarrador de su madre seguido de esos sollozos que desgarraban el alma. Seguiría recordando durante toda su puñetera vida los lloros de sus hermanos y tíos pero sobre todo, seguiría recordando toda su puñetera vida la mirada inerte de su padre, la mirada fría y perdida de un muerto. Un muerto que había sido su compañero de juegos en la infancia, un muerto que le había acompañado tanto en sus derrotas como en sus victorias a lo largo de su niñez, un muerto que era el único que le comprendía en aquellos largos ataques de adolescencia, un muerto que había sido y era su mejor amigo…

De pronto, David se sintió solo por primera vez en su vida. Era una soledad infinita que lo ocupaba todo y no dejaba entrar ningún otro sentimiento y que un abrazo de su padre hubiera curado rápidamente. Pero él ya no estaba allí y sintió de golpe que estaba mojado, y sintió de golpe que hacía frío y que tenía hambre. Cayó en el barro derrumbado, destrozado, sin ganas de vivir. El agotamiento mental de las últimas horas pudo con él, el ala negra del sueño se abatió sobre David.

Se sumió en un sueño pesado y profundo. La negrura se esfumó de golpe al igual que la tristeza. Estaba en un prado que le recordaba vagamente a uno a las afueras de su pueblo donde solía dar con su padre numerosos paseos en verano. Pero había algo diferente, algo había cambiado; el prado estaba sembrado por numerosas amapolas que se mecían en una silenciosa danza movidas por el viento. Hacía sol, pero era un sol diferente, era un sol que calentaba por dentro y te hacía sentir felicidad, una felicidad que superaba todas las barreras. David nunca se había sentido mejor. Se sentía limpio y brillante tanto por dentro como por fuera y algo le decía que en ese mundo no cabía la tristeza, no había gris, ni había negro, no había odio ni había miedo.

Al fondo del prado se distinguía una figura, se perfilaba alta y esbelta contra el sol y en su cara se podía distinguir una sonrisa, era clara e iluminaba su rostro, y su mirada. Su mirada era diferente al resto de las personas, esos ojos marrones que te atravesaban y que te reconfortaban. Era su padre.

Corrió y corrió. Cada paso que daba le acercaba más a su progenitor. La distancia se iba acortando, cada vez faltaba menos. Cinco pasos, cuatro… tres… dos

Repentinamente todo se sumió en la oscuridad. David se sintió propulsado por un agujero negro sin fondo, en un torbellino.

David estaba de nuevo tumbado en el barro. Estaba sucio, empapado de los pies a la cabeza. En su alma se mezclaban la rabia y la impotencia. Había estado tan cerca, a punto de abrazarle aunque solo fuera en sueños.

 No pudo más, toda la rabia acumulada fue subiendo por su garganta en ebullición creciente y estalló. Gritó, gritó y gritó hasta que no pudo más, jadeando. Recuperó el aliento y  gritó otra vez, gritó para que alguien lo oyera. Gritó para que alguien le dijera algo diferente a esos frívolos y vacíos “lo siento”. Gritó para no sentir esa soledad pegajosa y creciente, gritó hasta el más no poder. Sin voz, sin alma y sin nadie que le acompañara en ese sufrimiento inhumano David se tiró al barro, eso era lo que se sentía, barro asqueroso y gris.

Repentinamente una suave voz pronunció su nombre a su espalda.

-David, David.

Era la voz de su madre. Odiaba esa voz, esa voz empalagosa y que pretendía ser dulce, pero no lo era. David siempre había confiado más en su padre que en su madre. Ella se enfadaba con facilidad y en los últimos meses se le había ido cayendo el mundo encima. La miró con rabia. Ella tenía el rostro sucio por las lágrimas y en su cara se podía distinguir una expresión de miedo que ella se esforzaba por disimular.

-         Te entiendo, David- dijo su madre.

Las palabras cayeron como losas sobre David. Otra vez su rabia iba en aumento.

-Tú no me entiendes - gritó David-. Nadie me entiende, el único que me entendía era papá pero ahora… ahora está muerto.

David se alejó de ella corriendo hasta la salida. No, nadie le entendía.

Su madre le vio alejarse de ella bajo la cortina de lluvia. No comprendía a David. En esas últimas horas ni a nadie, ni a nada. Estaba desconcertada y tenía miedo. Gritó a su hijo:

-          ¡Te llevo en el coche¡
-         No- respondió él en la lejanía- voy andando.








6 comentarios:

  1. Promete el libro, pero por favor, acábalo pronto para poder seguir leyendo.

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  2. Me ha gustado mucho . Me ha hecho hasta llorar

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  3. Un buen primer capitulo! Y ya estoy deseando leer el resto. Promete!
    Una admiradora desde Irlanda

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  4. Un primer capítulo que invita a seguir leyendo el que sin duda será un libro estupendo. Me ha encantado.

    Pilar

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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